Aire x Roland Brus

Aire líquido podría ser el guión para una película: una especie de road movie detenida; una road movie argentina que se desarrolla en boxes.

El escenario, una gomería en la ruta 9: ahí se cruza gente que vive sobre, a orillas, y de la ruta que tiene sus propias leyes, su metabolismo, su respiración. Como una arteria, atraviesa ese eje de tráfico, y su pulso los cuerpos y la imaginación de los personajes.En ese lugar de tránsito, de parada, de descanso; vibran las pulsiones, los deseos: sexo, ternura, otra vida. Sobre el asfalto late una profunda necesidad de irse, de estar en camino, de escaparse. Todo gira alrededor de dejar algo atrás, algo más que sólo kilómetros. O, al fin, se trate sólo de quedarse. Todos los protagonistas son jóvenes pero sus caminos ya están marcados antes de que ellos los transiten. Parecen agobiados por una carga difusa; perdidos en ese páramo. Donde no hay nada, se puede imaginar todo. Por allí desfilan los fantasmas, aletean las ilusiones, el horizonte cambia permanentemente su contorno. Tener futuro es un espejismo que aparece y se consume en el aire. La perspectiva está sólo en el trazo de la ruta que se angosta en la lejanía.

Aire líquido es un atlas, un mapa del deseo. Tocar la nieve una vez. Cruzar la Cordillera. ¿Podré bañarme en las Cataratas? Pero también una cartografía de alienaciones. De las rutas de los nadies, de los no lugares. Todo está marcado. Las estaciones de peaje donde se paga tributo. Y al lado de los caminos, la soja meneándose en el viento de territorios que pertenecen quién sabe a quién.

Una belleza vulnerable, una especie de desamparo rodea a los personajes. Aparecen expuestos, a la intemperie. A la vastedad del espacio, a las ráfagas, a la velocidad. A una economía invisible. Al silencio y la abulia. Al no acontecimiento. Exudan una desolación existencial. Una omnisciente sensación de orfandad. Ahí está Carámbola, que fue abandonada por su madre como un paquete. Y la embarazada Jacky, que también está sola. Su padre es una sombra que deambula por el taller. Dejó de hablar cuando murió su esposa. También está el pequeño hermano de Jacky, el Pecoso. Con él se repite la espiral de violencia del abandono.

Con pocos, escasos trazos, se abren abismos. El paisaje está lleno de paradojas. La llanura da vértigo. El foco cambia constantemente entre el zoom, el close up, y el gran angular. La perspectiva exterior e interior. La mirada que escruta hacia arriba o abajo. Diálogos lacónicos alternan con narraciones poéticas. Lo dramático se entreteje con lo épico. Motivos que juguetean, varían, se deslizan, se repiten. El texto como partitura. Cada sonido tiene su propio peso. Los mundos internos y exteriores oscilan: los penetran tonos que asfixian o liberan. El rugido de los motores, el escándalo de un pato que pasa, o un sutil aleteo en el cielo.

Aire líquido es un desafío para el teatro. El drama de los personajes está en la substancia fina. Soledad González, la autora, captura la esencia de la tragedia en la cambiante consistencia y densidad del aire. En su continua, incontrolable mutación. Algo en el aire es más poderoso que los personajes: una presión, un deseo, una amenaza latente. Sirenas cortan la atmósfera, preanuncian peligro. Ese peligro anida en las palabras como la certeza de que a cada momento algo podría estallar.

La obra indaga destinos como estados físicos: cuenta cómo los encuentros se solidifican y la vida se esfuma. Cuando Aire se accidenta, lo devuelven a sus familiares en una bolsa. Reclaman al gobierno, no hay respuestas. La mecánica de los acontecimientos y el tono casual con el que se relatan, perturba, desasosiega. La ley de la volatilidad. La lógica de los que pasan y los que se quedan atrás. Aire líquido comprime la realidad, la exhibe en estado de permanente emergencia. Riesgo país, y sociedad con responsabilidad limitada. ¿A quién le importa quién vive o quién muere? La indiferencia de los campos de soja. La rutina de la impunidad. El resto es estadística. Y espacio inmenso.

Roland Brus.
Director de Teatro.
Unquillo, 2009.

Aire por Leticia El Halli Obeid

Como buena pueblerina de la llanura, ese paisaje me resulta totalmente familiar, comprensible, conocido. Conozco su belleza, conozco su luz a diferentes horas, su sonido, su arquitectura, conozco la manera que tiene el pampeano de aislarse también de esa naturaleza más o menos querida, más o menos odiada, de minimizar la escala del vacío -le oí decir una vez a Jorge Barón Biza: el vacío de la pampa es un desafío metafísico sin par, o sólo parecido al del desierto- por medio de esa cápsula que es el vehículo; el paisaje recortado en una ventana de auto, en el espejo retrovisor, en la cinta angosta de una ruta. Hay una dialéctica de la llanura que consiste en el juego entre una enorme quietud y el movimiento perpetuo, ese ir de un lado a otro estando quietos. En esa escasez de objetos y de eventos –pues todo parece pequeño en la llanura, todo: las construcciones, el cuerpo humano, los esfuerzos, las decisiones, todo contrasta con el tamaño del horizonte- el ojo aprende a reconocer la riqueza de los detalles. Creo que Aire líquido hace una representación muy delicada de esa forma de mirar: nada le sobra, y con cada pequeño dato se construye un mundo solidario con los habitantes de la historia; las relaciones entre los personajes, entre los géneros, entre ellos y los objetos, entre ellos y sus propios pasados, están cruzadas por una solidaridad intensa. Es como si todos ellos supieran que tienen que ahorrar su propia energía vital, y cuidarse entre sí, con una especie de amor desesperado pero recio, un amor capaz de esperar el retorno de los viajeros, de esperar sin esperanzas, donde los gestos de ternura son infrecuentes pero por eso resaltan. Jaqueline es el arquetipo de Penélope, y Aire líquido es el Ulises que viaja buscando algo que es quizás el viaje mismo, plagado de peligros. Ese es el heroísmo sutil de estos personajes.

Pero claro que éstos no son los ganadores de la Pampa gringa. Son más bien los actores secundarios, los que sobreviven con las migajas de la bonanza agrícola, en ese territorio limítrofe entre la riqueza particular y la pobreza general (hay que ver cómo el boom sojero hizo que las rutas estatales contrastaran cada vez más, por su pobreza, con el paisaje exuberante de los campos modernos). Ellos viven justo en ese borde apenas colonizado, entre el asfalto borroso –eso se ve bien en el video-, el puro movimiento, y la quietud de la tierra inaccesible.

Y cuando hablan, sus palabras se ajustan a sus cuerpos; las oraciones son sintéticas, austeras, medidas. Esa mímesis entre texto, cuerpo y paisaje es otra de las relaciones solidarias que la obra tiene entre sus partes.

La escenografía y la música de Aire líquido tienen también ese tono austero, donde cada objeto y cada sonido se recorta del paisaje con mucha delicadeza; cada elemento ha pasado la prueba de la necesidad: no hay lujos, ni sentimentalismos, excepto por la versión suntuosa de una canción de amor lisérgica, un momento de locura total, de desbande, de derroche, una fiesta que sirve para poner las cuentas a cero. Así son las fiestas rituales de pueblo, escasas y por eso mágicas e imprescindibles. Después vuelven los días comunes, iguales entre sí, con pequeñas variaciones; sin embargo algunas de esas sorpresas tienen el tamaño del destino y de la fragilidad de sus protagonistas, que es inmensa, como el paisaje.



Leticia El Halli Obeid.
Artista visual.
Buenos Aires, 2009.

Aire Líquido por Omar Hefling

Aire puro para el teatro


Siempre cuando cruzo los pueblos a las orillas de las rutas veo a un chico mirando al borde de ese infierno con todas las ganas de huir. Siempre los veo y a veces los sueño.

No se porqué nunca escribí sobre esta cuestión, ahora le debo a Soledad González un agradecimiento por haberme ahorrado ese trabajo difícil. La literatura casi no se ocupa de la vida de los pequeños pueblos, de la gente que se pierde en esas tramas tediosas casi laberintos. Aire Líquido, la obra de Soledad González que tuve la suerte ver en el Cepia indaga con profundidad y lucidez ese mundo agobiante. La ruta siempre como una alucinación que puede traer fortuna o desgracia, los relatos ínfimos, el observador producto de los nuevos oficios de la desnaturalización del estado que para no volverse loco trata de reconstruir la poética febril del asediado, los camioneros que tropiezan con la muerte a cada instante, el Ícaro que a todo pueblo llega para liberar el erotismo y todas las fantasías posibles, esas chicas con brazos de boxeadores que quisieran abrazarlo hasta quitarle la vida, esas cosas que pasan ahí mientras nosotros pasamos de largo hacia otro lugar sin detenernos. Por suerte Soledad se detuvo para hacernos ver que de soledad y veneno no solo se vive y muere en las grandes ciudades.


Omar Hefling.
Periodista y escritor.
Córdoba, 2009

Aire Líquido X Beatriz Molinari

http://www.lavoz.com.ar/nota.asp?nota_id=498271


Teatro / Comentario

Cosas que pasan a la orilla de la ruta
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Beatriz Molinari
De nuestra Redacción
bmolinari@lavozdelinterior.com.ar

“Aire Líquido” 


Calificación: Buena
Autora y directora: Soledad González.
Escenógrafa e iluminadora: Lilian Mendizábal.
Músico y compositor: Luis El Halli Obeid.
Coreógrafa: Cristina Gómez Comini.
Videasta: Ana Bielewicz.
Intérpretes: Marcelo Comandú, Gustavo Almada, Daniel Maffei, Sandra Criolani, Mariana Aguas y Horacio Fierro.
Sala: Cepia.



El teatro, como acto, pone a los artistas involucrados en el proceso de creación, en el dilema del texto para escena. Ha ocurrido y nada indica que se resuelva. Una obra como Aire líquido, de Soledad González, vuelve indirectamente sobre la creación de un texto que será recorrido por los actores.
Un relator informa que ese espacio con personajes es la orilla de la Ruta 9, lugar de camiones, peaje, viento y desconsuelo. Marcelo Comandú, en el rol del observador, asume la voz del relato. Enseguida los personajes muestran situaciones cotidianas, sin desarrollos, lo que se ve desde una ventanilla, a golpe de volante. Estar en ese lugar determina lo demás.

Dice el texto: “La ruta 9 era la ruta más angosta del mundo (the long long rivers). Aquí están: Aire Líquido y Adorno, Jacqueline, Carambola y el pecoso, hermano de Jacqueline; y estoy yo, un observador de la ruta, por llamarme de algún modo.Vayamos a la acción”.

Marcelo Comandú, Gustavo Almada, Daniel Maffei, Sandra Criolani, Mariana Aguas y Horacio Fierro desempeñan esos roles, anclados en posiciones que funcionan como realidades inalterables.

Soledad González ha concebido un texto preciso e interesante en el que la observación es la clave que diluye toda ilusión de desenlace: los personajes están para ser observados, nada más. El relato revela datos sobre ellos, que son casi arquetípicos, clásicos, aunque de nueva actualidad. Sus breves dramas irreversibles se diluyen en el cielo nublado, registrado por el video que ocupa la pantalla de fondo, mientras la música señala las transiciones.

La intervención sonora (ruidos de ruta, graznidos en la laguna cercana, una sirena, la lluvia) de Luis El Halli Obeid; el trabajo de la videasta Ana Bielewicz y la mano de Cristina Gómez Comini que trazó una coreografía en el filo de la interpretación actoral, revelan un buen trabajo de equipo. Aun cuando los actores corren con desventaja, detrás de un texto que resigna la construcción de personajes en volumen. Aire líquido (nombre del camionero que lo transporta) mete presión en ese mundo de solos y solas, hasta donde alcanza el planteo de una obra con las limitaciones del relato escénico.

Para conocer el rumbo de las nuevas dramaturgias.



"Aire líquido" tiene como escenario la sala del Cepia, en la Ciudad Universitaria. Foto: LaVoz / Ramiro Pereyra

Aire en la voz

Las salas comienzan a moverse

La grilla de espacios independientes ofrece regresos esperados, novedades a cargo de directores de firma y algunos bautismos de fuego.


http://www2.lavoz.com.ar/09/03/04/secciones/espectaculos/nota.asp?nota_id=494998